Incluso, como en el caso de una especie recién descubierta, un animal con una forma extraña que viva en un ambiente extremo. Esto es, a la mayor profundidad a la que jamás se ha encontrado un vertebrado. A 8.143 metros de profundidad, en la parte más profunda de la Fosa de las Marianas.
Se trata en concreto de un pez baboso, un miembro de la familia Liparidae. Este grupo es poco conocido por el público general. Pero para los expertos no supone ninguna sorpresa que quien viva a la mayor profundidad sea de esta familia. El anterior récord, 7.703 metros, lo tenía un primo cercano del recién descubierto, que aún no tiene nombre científico.
En cuanto al aspecto, la verdad es que se parece poco a la idea que tenemos de un pez. Y tampoco se asemeja demasiado a otros de su grupo. Lo más curioso son sus aletas, muy anchas y translúcidas, terminadas en apéndices parecidos a aguijones.
Todo en este pez está pensado para vivir a las enormes profundidades que constituyen su hábitat. Por ejemplo la cola, que recuerda a una anguila y que le sirve tanto para nadar como para arrastrarse por el suelo.
Pero tal vez lo más importante esté dentro de sus células, y no tanto en su fisionomía. Tanto esta nueva especie como los miembros de su familia, y todos los organismos que viven en el mismo lugar, tiene una enzima que les permite sobrevivir.
Porque a tales profundidades, la presión del agua es enorme. Y no sólo afecta a los músculos y otros tejidos, también a las proteínas, estas moléculas deben tener una forma concreta (llamada configuración espacial) para poder llevar a cabo sus funciones.
La enorme presión cambia esta forma, e impide su funcionamiento. O más bien lo haría, si estos organismos no contasen con una herramienta para evitarlo. Se trata del óxido de trimetilamina, una molécula que se encarga de regular el contenido de sustancias en disolución dentro de la célula.
Gracias a ella, los organismos que viven en hábitats tan extremos consiguen que las proteínas no colapsen. Que mantengan su forma y con ello su función, utilizando otras moléculas y sustancias.
Claro, que esta capacidad tiene un límite. Los investigadores, antes de encontrar a este curioso pez, habían calculado que se podría llegar hasta los 8.200 metros de profundidad, pero no más allá. Y de momento, tienen razón... pero por poco.