En agosto de 1942, el doctor y miembro de las SS Sigmund Rascher recibió un nuevo encargo de la Luftwaffe, para quien poco tiempo antes había realizado un estudio sobre los efectos que los pilotos de las fuerzas aéreas alemanas experimentaban al verse expuestos a altitud elevada. Ahora, le pedían ayuda en un campo médico que afectaba a los pilotos que caían abatidos en las gélidas aguas del Mar del Norte, la hipotermia. Como en su anterior trabajo, Rascher no dudó en emplear a los prisioneros judíos del campo de Dachau como cobayas humanas. No tenía que rendir cuentas éticas a ningún tribunal médico, su único supervisor era el todopoderoso jefe de las SS, Heinrich Himmler.
El fanatismo nazi de Rascher, doctorado brillantemente en medicina, no era una excepción. Durante el régimen de Hitler, ninguna otra profesión engrosó tanto las filas del partido nacional socialista. Prácticamente el 48% de los titulados alemanes en medicina se unieron al bando fascista. Y hablamos de médicos y científicos con una formación sobresaliente y muy profesionales. De hecho hasta 1939 Alemania había ganado un tercio de todos los premios Nobel en medicina, química y física.
Muchos de ellos acabaron experimentando en innumerables campos, sin obtener resultados de importancia, pero el caso de Rascher fue diferente, ya que su trabajo dio lugar a una técnica que aún a día de hoy se muestra efectiva en el tratamiento de la hipotermia. Para conseguirla, no dudó en sumergir desnudos en agua helada a varios reclusos, convenientemente atados para que no pudieran escapar. En ocasiones les enterraba en hielo durante varias horas, mientras iba tomando regularmente muestras de orina y de mucosidad a medida que la temperatura corporal de los pobres prisioneros descendía en picado. De este modo, Rascher obtuvo datos que ningún investigador responsable habría estado en disposición de conseguir, y pudo así desarrollar una técnica contra la hipotermia (que aún a día de hoy salva vidas) llamada calentamiento rápido activo. Por desgracia, para llegar a ella mató a 90 personas.
En una carta datada el 17 de febrero de 1943, Rascher escribió con absoluta frialdad:
"Hasta el momento, he realizado experimentos de enfriamiento intenso con treinta seres humanos, dejándoles en el exterior desnudos de 9 a 14 horas y reduciendo de ese modo su temperatura corporal a los 27/29ºC. Tras un intervalo de una hora, que se supone correspondía con un período de transporte, introduje a estos sujetos en un baño caliente. En todos los experimentos hasta la fecha, todos los sujetos recuperaron la temperatura corporal con éxito en cuestión de una hora, a pesar del hecho de que sus manos y pies apareciesen blancos y congelados... No hubo víctimas como consecuencia de este método de recalentamiento extraordinariamente rápido".
Como vemos, el exterminador omitía el hecho de que muchos de las cobayas humanas que dejaba congelarse en el exterior durante 14 horas no llegasen vivos al baño caliente. Con un cinismo a prueba de bombas, simplemente reconocía que todos cuantos entraban vivos en el baño de agua caliente recuperaban con éxito su temperatura corporal normal en una hora.
Pero sigamos con la historia. En 1946, acabada la guerra, los datos sobre el tratamiento de la hipotermia obtenido en Dachau, acabaron por publicarse en la revista New England Journal of Medicine por mediación de un consejero médico estadounidense que participó en los juicios de Nuremberg. Tras eso, varios investigadores emplearon aquel conocimiento en sus propios trabajos científicos hasta el año 1988, sin levantar demasiada “polvareda”.
Pero ese año, el terrible secreto salió a la luz gracias a la acción del doctor Robert Pozos de la Universidad de Minnesota, quien a su vez era un experto investigador en hipotermia en su laboratorio. Él fue quien decidió revelar la sucia forma en que se habían obtenido los datos científicos que muchos investigadores usaban ahora en su provecho, comenzando así un debate público sobre bioética. Su voz de alerta hizo que muchos doctores se apasionasen con el tema, y lo mismo sucedió con varios expertos en ética y supervivientes del Holocausto, todos los cuales participaron en las conferencias que se organizaron tras la denuncia.
¿Y que sucedió? Que el editor de la revista que en 1946 había publicado los resultados del trabajo por el que Rascher asesinó a 90 prisioneros en Dachau, acabó por declarar los datos no utilizables. ¿Es suficiente? Seguramente no, pero me temo que poco más se puede hacer. No obstante sirva este post como homenaje a aquellos pobres inocentes que conocieron la crueldad y la injusticia más absoluta, supuestamente en nombre de la ciencia.
Si os preguntáis que fue del "magnánimo" doctor Rascher, deciros que supuestamente fue ejecutado dentro de una celda de Dachau el 26 de abril de 1945, durante los últimos días de la guerra. La ejecución fue en cierto modo una forma del nazismo de proteger su "avanzado" conocimiento médico, ya que la orden llegó directamente de su superior Heinrich Himmler, quien a su vez se suicidó poco después de ser capturado por los británicos.