El animal es el gusano de Guinea. La primera vez que Ruiz-Tiben lo vio cara a cara fue en 1986 en Bannu, una aldea paquistaní al pie de las montañas de Waziristán por la que hoy se pasean los terroristas de Al Qaeda. El bicho acababa de agujerear la pierna de un joven desde dentro y asomaba la cabeza por el agujero, como un espagueti con vida. Por entonces, había 3,5 millones de personas, repartidas por 20 países de África y Asia, con el gusano de Guinea pululando por sus tripas y asomando por sus piernas o sus genitales.
La historia se repetía una y otra vez: una persona de una región llena de miseria bebía agua estancada de un charco, ingiriendo unas diminutas pulgas de agua que hacen de taxi para las microscópicas larvas del gusano. En unos días, las larvas habían cruzado la pared del intestino humano para convertirse en gusanos adultos. Sin que la víctima lo supiera, los gusanos machos y hembras empezaban a copular en su abdomen o cerca de sus pulmones.
Los machos morían tras el acto sexual, pero las hembras seguían creciendo dentro de la persona. Cuando alcanzaban el metro de longitud, avanzaban bajo la piel del enfermo retorcido por el dolor, hasta que salían al exterior a través de un agujero ardiente, normalmente de cintura para abajo. Lo que en el mundo desarrollado sólo se veía en la película Alien era el día a día en las aldeas remotas de África. Hasta 40 gusanos de un metro han llegado a brotar de una misma persona. Y si la víctima acudía a un lago para refrescar la herida abrasadora, los gusanos aprovechaban para descargar cientos de miles de sus larvas microscópicas al agua, comenzando de nuevo el ciclo. El gusano es incapaz de vivir sin los humanos.
“Esta es la clásica enfermedad olvidada de la gente olvidada. Que exista es un anacronismo, un reflejo de la pobreza”, lamenta Ruiz-Tiben, director del Programa de Erradicación del Gusano de Guinea en el Centro Carter, la organización sin ánimo de lucro fundada en 1982 por el expresidente de EEUU Jimmy Carter. El gusano no suele ser letal, pero genera más pobreza allí donde ya hay miseria a raudales, al impedir a los niños ir a la escuela y a los adultos cultivar el campo o criar el ganado. Además, los orificios de salida del gusano de Guinea se suelen infectar, formando dolorosas úlceras que pueden acabar en la muerte en estas regiones remotas, donde los médicos y los hospitales son sólo palabras.
Hoy en día, sin embargo, la enfermedad provocada por el gusano de Guinea, la dracunculosis, ya no existe en Egipto ni en la mayor parte de los territorios antaño trufados de serpientes ardientes. En 1986, el Centro Carter se unió a la Organización Mundial de la Salud y a UNICEF para erradicar el parásito y desde entonces ha liderado la campaña de exterminio. De los 3,5 millones de casos de 1986 se ha pasado a tan sólo 542 en todo el mundo en 2012. Es una reducción del 99,999%, que hace sonreír a Ruiz-Tiben, director de la campaña desde 1998 pero implicado en ella desde 1981. “Será la primera enfermedad parasitaria que se erradique, y sin vacunas ni medicamentos”, anuncia.
Como suele ocurrir con las enfermedades de los más pobres, ninguna compañía farmacéutica intentó en serio desarrollar un tratamiento contra el gusano, así que el epidemiólogo y su equipo se han tenido que apañar durante 30 años con campañas de educación, para que los habitantes de las aldeas afectadas no beban directamente de aguas estancadas. Además, se han repartido unos diez millones de filtros de nailon para poder beber agua contaminada sin riesgo. Gracias a esta estrategia, los dominios del gusano se han reducido básicamente a un último reducto, en el país más joven del mundo, Sudán del Sur, donde en 2012 se registraron 521 casos. El resto aparecieron en Chad (10), Mali (7) y Etiopía (4). El gusano está dando sus últimos coletazos. La OMS calcula que a finales de 2015 el parásito habrá desaparecido para siempre del planeta.
Sin embargo, Ruiz-Tiben, tras tres décadas de batalla y tan cerca de la victoria, ve ahora cómo la línea de meta se aleja. En Mali, la guerra entre Francia y los grupos vinculados a Al Qaeda ha obligado a detener el programa de erradicación. El gusano, cuando estaba a punto de claudicar, podría renacer en la tierra de Tombuctú. “Hasta que no termine el conflicto, no podremos saber si se ha intensificado la enfermedad ni cuántos brotes habrán surgido”, explica Ruiz-Tiben. Ya ocurrió en Chad en 2010, cuando se registró un brote de 10 casos de dracunculosis después de una década sin ver al parásito en el país. Así que el epidemiólogo no vende la piel del gusano antes de cazarlo.
El médico Donald Hopkins, una leyenda de la erradicación de enfermedades, es el jefe de Ruiz-Tiben en el Centro Carter. Dirige todos los programas de salud de la organización y encabezó, en la década de 1970, la campaña para erradicar la viruela en Sierra Leona. Sabe que están a punto de exterminar a una especie animal a propósito, por primera vez en la historia. “No me da ninguna pena. Es un animal terrible, que impide a los niños ir a la escuela y a los jóvenes dedicarse a la agricultura”, explica. “El aspecto del gusano de Guinea es horrible, pero es peor todavía cuando ves el dolor que causa en las aldeas”, subraya.
Pero no se confían. Hopkins y Ruiz-Tiben recuerdan su viaje en 2007 a un poblado de Ghana, en el que la corrupción de las autoridades locales había permitido que las fuentes de agua fueran contaminadas por el gusano de Guinea. “Era terrible, teníamos a 200 personas infectadas delante de nosotros, en su mayoría niños”, recuerda Hopkins.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.