Después de las reuniones de los años ochenta se puede decir que no ha habido avances significativos en el proceso de paz del Tíbet. Se mantiene un profundo desacuerdo en varios puntos: la relación histórica entre el Tíbet y China, la situación de derechos humanos en la región o las demandas del Gobierno tibetano en el exilio. Además, las manifestaciones de finales de los ochenta o los atentados terroristas perpretados por monjes tibetanos en 1987 y 1993 no han ayudado a que China esté dispuesta a ceder nada. Todo lo contrario, significaron represión, detenciones y cárcel para los tibetanos. Además, con los atentados de 1993 se rompieron los contactos entre las partes.
Tras años de enfriamiento del proceso, en 1999 el Dalai Lama puso sobre la mesa una “vía intermedia” para solucionar el conflicto. Esta nueva estrategia consistía en reconocer la soberanía china sobre la región y abogar por una mayor autonomía, en asuntos como la cultura, el medio ambiente, la educación o la religión. Al adoptar una postura no independentista, han aparecido importantes críticas hacia el Dalai. Miembros del Gobierno en el exilio y la organización del Congreso de las Juventudes tibetanas han mostrado su desacuerdo con esta estrategia dialogante.
En Diciembre de 2000 se reanudan los contactos entre las autoridades chinas y el gobierno tibetano en el exilio, que finalmente propone avanzar en la alternativa de la “vía intermedia” propuesta por el Dalai Lama. El objetivo ya no es la independencia, sino preservar la identidad del Tíbet.
En 2001 tienen lugar las primeras elecciones democráticas en la historia del Tíbet, si bien sólo pueden votar los tibetanos exiliados. La comunidad tibetana en el exilio elige a Samthong Rinpoche como Primer Ministro del Gobierno Tibetano. A finales de 2002 el presidente de la Región Autónoma del Tíbet recibe oficialmente a los enviados del Dalai Lama, en la que es la primera reunión de alto rango entre China y el gobierno tibetano en el exilio desde 1993.
En Septiembre de 2007 el Dalai Lama recibe la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos. En Octubre, monjes que celebraban ese reconocimiento al Dalai son detenidos por las autoridades chinas. Un episodio que hace aumentar la tensión y que termina con años de tranquilidad entre China y Tíbet.
En Marzo de 2008 Lhasa registra duros enfrentamientos entre fuerzas de seguridad chinas y manifestantes tibetanos, que reclamaban la libertad de los monjes detenidos a finales del año anterior. Pronto las manifestaciones se transformaron de reclamos por la independencia. Las protestas derivaron en una espiral de violencia que provocó a la muerte de unas 200 personas (según el Gobierno tibetano en el exilio), además de la destrucción de numerosos edificios y vehículos. El Gobierno chino detuvo a miles de personas, expulsó a los periodistas de la región durante varios meses, impuso el toque de queda y desplegó miles de efectivos adicionales en el Tíbet.
En los meses que siguieron a los sucesos de Marzo varios países occidentales amenazaron con boicotear la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín si China no dialogaba con los tibetanos. Pero a la hora de la verdad, durante las Olimpiadas no hubo apenas ningún boicot. A partir del año 2009, 50º aniversario del exilio tibetano, comenzó un goteo de inmolaciones a lo bonzo. En los cuatro años siguientes más de un cententar de monjes y de tibetanos murieron al prenderse fuego. El tipo de protesta había pasado de la violencia contra las autoridades al suicidio.
En Marzo de 2011 el Dalai Lama renuncia a su cargo como líder político tibetano, tras más de medio siglo intentando avanzar en el proceso de paz del Tíbet sin apenas resultados. En la actualidad, el Gobierno tibetano en el exilio no tiene una estrategia diferente a la de buscar apoyos internacionales y continuar en la presión política, si bien no ha dado apenas resultados en las últimas décadas. En realidad, lo que la comunidad tibetana en el exilio espera es que la apertura económica de China lleve a la población a pedir mejoras democráticas. Si el aumento del nivel de vida de los chinos les hace exigir la democratización de su país, las posibilidades de que el Tíbet pueda tener un sistema democrático tal y como se ha ideado desde el exilio no son tan remotas.
El verdadero problema que tiene el Gobierno en el exilio es que más de la mitad de la población que vive actualmente en Lhasa no son de origen tibetano. Los tibetanos ya no son mayoría ni en su tierra, ni en el exilio. Por ello, la política actual de China respecto al conflicto del Tíbet consiste simplemente en esperar que las nuevas generaciones tibetanas, menos influenciadas por la religión, entiendan que ser parte de China es mejor para sus intereses.
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