Al menos eso es lo que dicen los expertos. En casos como este, resulta complicado ser objetivo, aunque siempre hay que hacer el mayor esfuerzo. Así que empecemos por resumir, de manera muy breve, la situación. Para después tratar de entender los problemas y peligros.
Durante mucho tiempo, las islas del Pacífico han sido el campo de pruebas de armas nucleares. En las Islas Marshall en concreto, los lugares más conocidos han sido los Atolones de Bikini y de Enewetak.
En este último se decidió construir un cementerio nuclear. Cuando se realizan pruebas nucleares se generan “escombros” (debris en inglés), restos de materiales contaminados. Principalmente metales pertenecientes a la estructura de los misiles. Pero también se contaminan las tierras.
No siempre estos restos radioactivos se recogen. De hecho, durante mucho tiempo la primera opción consistía en meterlos en barriles, sellarlos con cemento y hundirlos en el mar. Esto cambió gracias a la presión internacional, y pasó a estar prohibido.
Pero claro, nadie (porque los Estados Unidos, protagonistas de esta historia, no son los únicos que han realizado este tipo de pruebas) se quiere llevar los restos radiactivos a su país. Así que la solución que se encontró fue recuperar la “metralla”, mezclarla con la tierra y los sustratos contaminados, y enterrarlos bajo capas de hormigón. Allí mismo, en los propios atolones.
Una solución temporal, al menos así se pensó. Mientras se descubría la manera de descontaminar y limpiar estos residuos, se enterraban. Pero como suele ocurrir, las soluciones temporales que esconden los problemas terminan por convertirse en permanentes. Como no se ve el peligro, y no es urgente, se olvida.
Con el paso de los años, estas estructuras se van degradando. El hormigón comienza a resquebrajarse. Con lo que nadie contaba era con que los océanos jugasen en contra de las estructuras. Cuando se diseñaron, las aguas eran menos cálidas y ácidas, y ambos factores contribuyen a que se degraden antes.
Y sobre todo, el nivel del mar era más bajo. La cúpula estaba situada en un lugar donde no entraba en contacto directo con el agua. Ahora sí lo hace. Y el problema es que todos estos factores sumados han creado una situación de verdadero peligro.
Los especialistas del Departamento de Energía de Estados Unidos (que hoy en día son los responsables de la gestión de residuos nucleares, tanto civiles como militares) han avisado de que los tifones, o una sucesión de tormentas tropicales, pueden terminar de resquebrajar la estructura. Y estos eventos son cada vez más probables.
La cosa no queda ahí. Ya se han detectado escapes de esta estructura. Isótopos que se pueden trazar directamente hasta esta estructura han sido detectados en el delta del río de las Perlas, en la provincia china de Cantón.
Para solucionar este peligro hace falta dinero. Mucho dinero. Para empezar, para recuperar la estructura y que no siga siendo un peligro. Y en segundo lugar, para desarrollar alguna tecnología que permita “limpiar” la contaminación radiactiva, que de momento no se ha encontrado. La primera opción debería ser fácil… pero de momento nadie se responsabiliza. Los habitantes de las Islas Marshall no tienen suficiente dinero (es un país bastante pobre) y tanto los Estados Unidos como la comunidad internacional se desentienden del problema.
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