Imagina que tuvieses que averiguar si existe vida en la Tierra desde una distancia de docenas de años luz ¿Cómo sabrías si en este pequeño punto azul perdido en el espacio en el que vives hay efectivamente alguna forma de vida?
Podrías pensar en detectar, al igual que está intentando el proyecto SETI, las ondas electromagnéticas que emitimos a diario mediante radio, satélites, etc. Sin embargo, estas ondas solo se darían en caso de civilizaciones avanzadas, pero si el planeta se encuentra en una fase pre-civilizada (como sería la Tierra hace unos cuantos millones de años) la búsqueda de emisiones de radio no serviría de nada. ¿Qué hacer entonces?
Bueno, en este punto debemos echar mano de otro tipo de pistas (a las que llamamos biomarcadores) que nos podrían ayudar en ese objetivo de detectar vida en los lejanos exoplanetas.
La vida deja huella en la atmósfera de un planeta. Existen diversos elementos y moléculas, como el oxígeno, el metano, el ozono o el óxido nitroso que son indicadores de vida en ese lugar. Algunos son más fiables que otros (por ejemplo el metano –CH4– también puede ser originado de forma natural mediante fuentes geológicas como ocurre en Marte) pero si encontramos alguno de estos compuestos en la atmósfera de un exoplaneta estaríamos hablando de un paso de gigante en la búsqueda más extensa y antigua del ser humano.
Pero aquí surge otra pregunta: ¿Estamos en disposición de poder detectar estos compuestos en las atmósferas de cuerpos planetarios tan lejanos? es decir, ¿Contamos con la tecnología óptica necesaria para poder encontrar rastros de vida a cientos de años luz de nosotros?
Pues la mayoría de los expertos están de acuerdo en que con la nueva generación de telescopios que llegarán dentro de pocos años, sí podremos detectar biomarcadores tan decisivos como el oxígeno molecular o incluso la clorofila.
El año 2020, que hasta hace no mucho sonaba a ciencia ficción, está a la vuelta de la esquina y para ese momento ya deberían estar en funcionamiento instrumentos tan poderosos como el el TMT (Thirty Meter Telescope), el GMT (Giant Magellan Telescope) o el E-ELT (European Extremely Large Telescope), todos ellos con espejos primarios con un tamaño de 30 a 40 metros de diámetro.
A los grandes telescopios terrestres que están por llegar se unen otros proyectos de telescopios espaciales como el Telescopio Espacial James Webb o el ATLAST (Advanced Technology Large Aperture Telescope) que analizarán el espectro lumínico procedente de exoplanetas en las bandas de absorción correspondientes a biomarcadores como el agua, el ozono, el metano o incluso el oxígeno molecular.
En un artículo publicado hace tan solo unas semanas en la sección de Astronomía de ArXiv los investigadores Timothy D. Brandt y David S. Spiegel incluso adelantan la posibilidad de buscar señales tan importantes como la clorofila utilizando el ATLAST, uno de los denominados sucesores del Hubble y que debería estar operativo en la próxima década.
En el estudio de Brandt y Spiegel se ofrecen los cálculos precisos para la resolución óptima de detección de biomarcadores como el agua, el óxigeno y la clorofila utilizando el futuro ATLAST, por lo que podemos decir que por primera vez en la Historia de la Humanidad estamos en disposición de poder detectar vida en lejanos planetas fuera del Sistema Solar.
Paradójicamente, ahora que tenemos la tecnología necesaria para conseguirlo, surgen los problemas económicos y políticos ya que muchos de estos proyectos de telescopios están sufriendo numerosos recortes de presupuesto y algunos, como el propio ATLAST, se enfrentan a su cancelación por culpa de la crisis. Quién iba a decirnos que, una vez que poseemos la tecnología, nos iba a fallar la iniciativa política de quienes desarrollan esos presupuestos.
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