Aún así, y a pesar de los avances en su estudio y comprensión, los agujeros negros siguen siendo hoy por hoy el mayor misterio que la cosmología tiene por delante, o casi, porque existe otro concepto astronómico que es aún más increíble y sorprendente: Los agujeros blancos.
Nos encontramos ante una idea extraña y contrapuesta a la de agujero negro entendida como una región en el espacio donde la materia surge de forma espontánea. Es lo contrario a un agujero negro y quizá su continuación mediante un agujero de gusano.
Para entenderlo mejor vamos a echar mano de la ciencia ficción y recordaremos esas películas de los años 70 en las que una nave espacial se adentraba en un agujero negro y salía en otro lugar del Universo. Incluso si recordáis la nueva saga de Star Trek, recordaréis que la gran nave de Nero aparecía de la nada a través de una ventana abierta en el espacio. Algo parecido ocurriría en un agujero blanco puesto que, en lugar de absorber materia y energía, la expulsaría y en ellos nada puede entrar.
Llegados a este punto hay que hacer algunas consideraciones generales. En primer lugar debéis tener claro que estamos ante eventos hipotéticos que aún no se han constatado en la realidad. Son, por tanto, especulaciones científicas que si bien son posibles en la teoría física que engloba la Relatividad de Einstein, aún no se han constatado en la práctica.
Algunos científicos teorizan que son la continuación lógica del camino de la materia a través de un agujero negro, pero estos investigadores aún no han encontrado ninguna evidencia que sostenga esta hipótesis. Incluso algunos astrofísicos van un poco más allá y creen que el Big Bang, la singularidad que dio origen a la materia y el tiempo en nuestro Universo, podría tratarse de un gigantesco evento de agujero blanco.
Por supuesto todo esto son teorías y comprobar realmente su existencia será mucho más difícil de lo que podamos suponer ya que, al contrario que los agujeros negros que son estables en el tiempo, estos agujeros blancos colapsarían casi de inmediato y apenas durarían el tiempo suficiente para ser detectados, al menos con los instrumentos y la tecnología que actualmente poseemos. Serían algo así como una expulsión súbita de materia y energía que se cerraría en apenas un instante.
En 2006 los medios especializados publicaron una noticia informando de la posible detección de uno de estos agujeros blancos. El evento duró 102 segundos y consistió en una potentísima emisión de rayos gamma que algunos investigadores conectaron a uno de estos agujeros blancos. En la actualidad, y con las pruebas que tenemos, no podemos concluir que esta emisión de rayos gamma se corresponda a un agujero blanco y por tanto, los agujeros blancos siguen siendo una hipótesis matemática posible, pero aún sin demostrar en la práctica.
Unos años más tarde, en 2011, y mediante una simulación en laboratorio que utilizó un canal de agua, se demostró que al menos en las ecuaciones y fórmulas matemáticas, los agujeros blancos son posibles.
Hoy en día, la hipótesis de los agujeros blancos sigue siendo válida en el papel, es decir no contradice ninguna de las leyes físicas comprobadas, pero aún no sabemos si existen realmente en el Universo. Y que algo sea posible no significa necesariamente que exista.
Aun así, y dando rienda suelta a la imaginación, debemos recordar también que la ciencia funciona así: Primero se formula una hipótesis y más tarde se debe comprobar su validez. Ahora sabemos que existen los agujeros negros pero desde que el astrónomo inglés John Michell lanzara por primera vez la idea de pozos gravitatorios en 1793, tuvieron que pasar casi 200 años antes de que se comprobara realmente su existencia con la detección del primer agujero negro, Cygnus X-1.
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