Si haces caso de los consejos médicos de dormir entre 6 y 8 horas, resulta que pasarás aproximadamente un tercio de toda tu vida durmiendo. Ahora bien, qué hace tu cerebro durante ese tiempo representa una cuestión que ha intrigado al ser humano desde hace siglos. Desde la concepción profética o adivinatoria atribuida al sueño en la Grecia clásica hasta las interpretaciones de deseos y pulsiones ocultas de Sigmund Freud, muchos han intentado descubrir, con poco éxito hemos de añadir, a qué se dedica nuestra mente en esas horas de descanso.
Actualmente, y gracias a los fascinantes avances de la neurociencia, empezamos a conocer muchas de las tareas que nuestro encéfalo realiza cuando no estamos conscientes. Las nuevas técnicas de neuroimagen están confirmando algunas de las sospechas e hipótesis que los científicos tenían desde hace un tiempo pero además nos están revelando numerosas funciones cerebrales desconocidas hasta ahora.
Por ejemplo multitud de estudios han concluido que nuestro cerebro utiliza las horas de sueño para almacenar y consolidar en el hipocampo recuerdos adquiridos durante el día, reforzando así la memoria a largo plazo. Experimentos de memoria realizados con sujetos que habían dormido frente a otros que no lo habían hecho, daban como resultado recuerdos más precisos del primer grupo.
Incluso si el periodo de sueño es muy corto (la tan tradicional siesta) los resultados son notables como pudo comprobar un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard quienes estudiaron la memoria de los participantes después de tan solo 45 minutos de sueño.
Hace tan solo unos meses, en octubre del año pasado, la prestigiosa revista Science publicaba los estudios realizados por un equipo de neurocientíficos de la Universidad de Rochester en Nueva York y que desvelaban una de las funciones más importantes del sueño descubiertas hasta ahora. La doctora Maiken Nedergaard, autora principal del artículo, nos desvelaba que nuestro cerebro utiliza las horas de sueño para deshacerse de los residuos acumulados durante el día.Al igual que en casa sacamos la basura por la noche, nuestro cerebro también aprovecha este periodo para eliminar tóxicos, evacuándolos mediante el sistema circulatorio que los conduce al hígado para su degradación final.
Pero hay una cuestión, la que encabeza este artículo, que siempre me ha intrigado: ¿puede nuestro cerebro generar recuerdos nuevos durante ese periodo de sueño? En otras palabras, ¿podemos aprender cosas nuevas mientras dormimos?
La experiencia y la historia nos cuentan numerosos casos de grandes ideas surgidas durante el sueño. Docenas de anécdotas de grandes inventos o teorías que “aparecieron” en la cabeza del protagonista mientras dormía y que, al despertar, le hizo soltar el célebre “¡Eureka, lo tengo!”
Me preguntaba qué tenía que decir la moderna neurociencia sobre este tema y resulta que existen multitud de estudios y experimentos publicados contestando afirmativamente a la pregunta del título: Sí, nuestro cerebro puede aprender cosas nuevas mientras duerme.
No me refiero, por supuesto, a aprender un idioma desconocido, como habréis visto en alguna película futurista en la que ponían unos auriculares a unos niños y se levantaban hablando alemán. Esto no es posible. Pero sí es cierto que durante la noche, nuestro cerebro realiza nuevas conexiones entre recuerdos y conocimientos, estableciendo sinapsis que dan lugar a ideas y conceptos que no teníamos antes de acostarnos.
Existen muchos experimentos sobre el tema, incluyendo algunos estudios que utilizan técnicas de neuroimagen (fMRI) pero me voy a quedar con uno, realizado por el Instituto Weizmann en Israel que me ha parecido especialmente brillante y original.
La investigación fue publicada en Nature Neuroscience y, para no despertar a los sujetos del experimento, utilizó olores durante el sueño de las personas estudiadas para comprobar si al despertar podían recordarlos.
Anat Arzi, responsable del estudio, explicaba a Scienceblogs que el uso de olores es muy útil para este tipo de investigaciones puesto que no despiertan al sujeto y su efecto es fácilmente medible mediante varios elementos. Por ejemplo, la respiración: Cuando nos encontramos ante un olor desagradable nuestra respiración es más corta y rápida, mientras que cuando nos gusta un olor respiramos más profundamente.
Así pues los investigadores pudieron medir el volumen de aire inspirado por los sujetos de estudio cuando dormían mientras les exponían a diferentes tipos de olores, algunos agradables y otros nauseabundos. Además a cada olor se le asignaba un tono de sonido para poder comprobar su respuesta cuando despertasen.
Resulta que, una vez despiertos, los científicos volvieron a emitir los tonos de sonido que habían asociado a los olores mientras dormían y resulta que la respiración de los sujetos era mayor cuando oían los sonidos asociados a olores agradables y era mucho más corta cuando escuchaban los sonidos correspondientes a los malos olores.
Su cerebro, mientras dormían, había aprendido algo nuevo y asociaba un determinado tono a un olor… un conocimiento que no tenían antes de acostarse. Curioso, ¿verdad?
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